En un mundo plagado de sufrimiento y maldad, la pregunta de por qué un Dios benevolente, permite tales tragedias, es una de las más profundas, y persistentes.
A lo largo de la historia, teólogos y filósofos, han luchado con este dilema, buscando respuestas en las enseñanzas religiosas, y la sabiduría espiritual.
La presencia del mal, en un mundo creado por un Dios, que es a la vez omnipotente y bondadoso, parece a primera vista, un contrasentido. Si Dios es todo poderoso, ¿no podría entonces erradicar el mal? Si es todo amor, ¿por qué permitiría, que sus creaciones sufrieran?.
Una perspectiva comúnmente sostenida, es que el mal, es el resultado del libre albedrío, otorgado a la humanidad. Dios creó a los seres humanos, no como autómatas sin voluntad, sino como individuos capaces, de tomar sus propias decisiones.
Esta capacidad de elegir, entre el bien y el mal, introduce la posibilidad del pecado, y, por ende, del sufrimiento. Otra explicación, es que el mal y el sufrimiento, pueden tener un propósito divino, que escapa a nuestra comprensión.
En la tradición cristiana, se sostiene que Dios puede usar el mal, para probar y fortalecer la fe de las personas, o para llevar a cabo un bien mayor, que de otra manera, no sería posible.
Además, se argumenta que la existencia del mal es temporal y que, en última instancia, será erradicada. La promesa de un futuro sin dolor, donde el mal será vencido, es una esperanza central, en muchas creencias religiosas.
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