La historia de heroísmo y esperanza que trajo el rescate de los hermanitos perdidos en la selva, poco a poco se ha venido convirtiendo en un culebrón. El país pasó rápidamente de la euforia de ser testigo de un milagro, al interés por saber qué hay detrás de la enconada pelea que se siente entre el papá y la familia materna de los pequeños.
Hasta el día de su liberación, Manuel Ranoque era un super héroe. El joven indígena no había dudado un segundo en internarse selva adentro y sacrificar su vida por la de sus hijos. A pesar de que es papá biológico solo de los dos más pequeños, el hombre sufría por los cuatro por igual.
Cuando Salud Hernández-Mora estuvo acompañando la búsqueda, el hombre era el más grande símbolo de fe. Llevaba más de un mes en la manigua y aún así decía con convicción que estaba seguro de que los encontraría como efectivamente pasó.
“Los niños están vivos, aguantarán porque están protegidos por el dueño de la Naturaleza y vamos a recuperarlos muy pronto”, le dijo Manuel a la periodista tan solo 24 horas antes del rescate. El hombre descansaba en una hamaca de su campamento, todavía somnoliento, porque había permanecido despierto casi toda la madrugada, aguardando la sentencia del yagé.
Colombia había seguido el relato de ese super papá desde hacía semanas. Mientras la familia materna de los niños daba declaraciones desde Villavicencio, el joven indígena no renunciaba a traer a sus niños con vida.
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