Los primeros puentes fueron fortuitos, fueron el resultado de hechos casuales, como cuando alguien tumbó un gran árbol que al caer unió dos orillas, o los extremos de una hondonada.
Con los siglos, el hombre fue entendiendo el arte y la ciencia de vencer los obstáculos naturales para poder avanzar, para conquistar lugares, comerciar objetos y mercaderías; para ello, los puentes fueron su principal apoyo. Se calcula que los romanos construyeron cerca de 90 mil kilómetros de carreteras y sólidos puentes de una gran durabilidad, inventaron el cemento y lo llamaron pozzolana.
El puente de Sublicio en Roma, obra del siglo VII antes de Cristo, es considerado el primer puente romano, es eterno. Es sabido que la palabra “puente” apareció en el idioma español en el año 1043, derivada del latín “pontis” (Corominas, 1961).
En nuestro continente, antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, los incas habían inventado puentes de cuerdas, eran muy útiles para poder atravesar las cúspides andinas, sus abismos y despeñaderos: un alarde de alta ingeniería incaica.
Así fueron los constructores de todos los rincones creando los puentes de viga, de ménsula, de arco, los atirantados, los colgantes. Fueron uniendo mundos, conectando poblaciones, entrelazando gentes y mercados gracias a los ingeniosos puentes.
(1962)
Hasta 1962, el estado Zulia estuvo bastante desligado del resto de Venezuela, era una entidad casi insular, con una forma dialectal única al hablar, el vos, pero utilizado en primera persona del plural “vos sois”.
Ante la ausencia de un puente que uniera las dos riberas lacustres, los marabinos fuimos un pueblo único, cerrado como un anillo, original, enclavado entre la Sierra de Perijá al oeste, el Golfo de Venezuela al norte, la frontera colombiana al sur y un cuerpo de agua dulce de 13 mil kilómetros cuadrados de extensión al este.
El gran compositor saladillero Rafael Rincón González creó en 1944 su célebre danza “Pregones zulianos”, en ella describe el epicentro de la ciudad, su puerto, la frenética actividad comercial en la Plaza Baralt, que era su ágora, el corazón comercial y cultural de la urbe.
Él confesó que esa danza la escribió una mañana después de despedir a su hermano mayor, cuando este emprendió un viaje a Caracas.
Para la época, llegar a la capital venezolana podía suponer hasta seis días de travesía. El periplo comenzaba en piragua hasta el sur del lago, luego un recorrido en mula, después debía tomar el antiguo tren y finalmente un viejo autobús que cruzaba carreteras de arena, y cuando llovía, debían suspender el recorrido por lo intransitable de las trillas anegadas.
Los temerosos que se negaban a surcar las aguas del lago en chalanas o piraguas, debían recorrer casi 600 kilómetros para bordear el soberbio Coquivacoa.
En la década de los 50 fue inaugurado el servicio del Ferry Lacustre, eran naves rectangulares, transbordadores espaciosos que llevaban vehículos y peatones, con cantina y sillas de mimbre.
El nombre de cada ferry comenzaba por la letra C: Cacique, Catatumbo, Caracas.
Según la necesidad del usuario, ese podía ser un paseo relajado, tomando brisa saludable; romántico, o por el contrario, un recorrido angustioso de casi una hora entre puerto y puerto, con comerciantes ansiosos por llegar, de ejecutivos retrasados.
En 1959 comenzó la construcción del anhelado puente sobre el lago, una iniciativa del dictador Marcos Pérez Jiménez, quien llamó a licitación internacional en 1956.
El militar tachirense imaginó un proyecto muy ambicioso, que contemplaba ferrovías, restaurantes en el centro de la estructura, mirador, paso vehicular y peatonal con exigentes normas de seguridad.
El general Pérez Jiménez contrató al ingeniero italiano Ricardo Morandi, catedrático de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Florencia, para que se encargara del diseño del puente.
Los cálculos de la superestructura fueron realizados por los técnicos del consorcio Puente Maracaibo, integrado por las empresas Precomprimidos y Julius Berger A.G. de Caracas, y Wiesbaden de Alemania.
El diseño de nuestro puente, tiene cuatro réplicas, una en Génova, otras tres en el Medio Oriente, pero todas de menores dimensiones e importancia.
En 1958 se intentó iniciar la construcción del majestuoso puente, pero se produjo el alzamiento cívico-militar en enero y el dictador Pérez Jiménez salió huyendo del país en el avión “La vaca sagrada”. Finalmente la obra sería ejecutada por el gobierno de Rómulo Betancourt. Según sus apologistas: “el puente representa el paso de una costa a otra, y a la vez, el paso de la autocracia a la democracia”.
Fueron necesarios cuatro años de arduo trabajo para terminar “El coloso”, se utilizó la mano de obra de 2 mil 600 hombres, para levantar las 134 pilas de cemento pretensado. El modelo elegido fue el del puente atirantado, con una longitud de 8.678 metros, el más grande del mundo en su estilo para ese momento, con un gálibo (arco) de navegación de 45 metros, que permite el paso de buques de gran calado.
La obra avanzó alimentada por la fábrica de cementos Mara, situada a las orillas del lago, en la población de San Francisco, a su vez sustentada por la piedra caliza que sacaban de la Isla de Toas. Se calculan en 3 millones los sacos de cemento utilizados en la obra, 22 mil toneladas de cabillas y otro tanto de acero especial.
Se dio una larga discusión para escoger el nombre del monumental puente, surgió la insólita propuesta de llamarlo Ambrosio Alfinger, el colonizador enviado por la Casa Welser, que a sangre y fuego pretendió fundar la ciudad en 1529, y que fue repelido por los valerosos indios que habitaban en la cuenca desde tiempos inmemoriales.
También surgieron nombres de intelectuales, de poetas y militares. Finalmente se acordó colocarle el nombre del soldado más leal a la causa libertadora: Rafael Urdaneta, zuliano raigal con profundo amor a su terruño, a quien Bolívar llamó El Brillante, un ejemplo de hombre austero, probo, un hijo honorable de esta región, que vivió de 1788 a 1845.
El 24 de agosto de 1962, el entonces presidente de la república Rómulo Betancourt, inaugura la grandiosa obra, llegó por el aeropuerto Grano de Oro, acompañado de su esposa Carmen Valverde, y del escritor Rómulo Gallegos que recién regresaba de su exilio en Nueva York, apoyando en su bastón el peso de sus 78 años de vida.
Estuvo el gobernador en funciones Luis Vera Gómez junto a su hija Fanny, el alto mando militar encabezado por el ministro de la defensa General Briceño Linares, el clero representado por Domingo Roa Pérez y una gran multitud de zulianos. A las 11 de la mañana comenzó la caminata por la estructura, a 50 metros sobre el nivel de las aguas, recorrieron los casi nueve kilómetros y luego estalló la celebración con la actuación de los conjuntos gaiteros Rincón Morales y San Francisco del Padre Vílchez, con fuegos de artificio y la animación del locutor pionero Oscar García.
Rómulo Betancourt lucía su flux blanco, su sombrero Stetson blanco y su tradicional cachimba, “El tigre de Guatire” como lo llamaban sus cofrades, pronunció un altisonante discurso que duró unos 30 minutos, con su voz de timbre metálico, carente de armónicos y registros bajos, hizo referencia al alto costo de la obra: unos 350 millones de bolívares.
Lo observaban sudorosos los embajadores de Estados Unidos, Holanda e Inglaterra y los representantes del consorcio alemán que participó en la construcción.
Embutidos en sus fluxes en medio del vaporón de la canícula tropical, con sus mejillas rojas y empapadas, los diplomáticos parecían focas acaloradas, en medio del cemento ardiente. En la noche se realizó el baile de gala.
Desde entonces, esa obra maestra cambió la vida de los zulianos, se hizo más intensa su conexión con el resto del país, se revitalizó el intercambio comercial, y surgió un nuevo icono de identidad regional, un referente ligado a nuestro lago, es decir, al origen del Zulia. Además, ese año, 1962, se registró el nacimiento de Guaco, Cardenales del Éxito, salió el primer álbum de Rincón Morales: todos titanes de la zulianidad.
Al Puente sobre el Lago de Maracaibo le han compuesto gaitas, danzas, poemas, suites; han sido crónicas o poemas que expresan la admiración de sus pobladores:
“Cuando el puente no existía
y el lago querías cruzar
te solías embarcar
en un ferry noche y día”.
(Rafael Sánchez, 1987).
Ese tema lo interpretó Ozías Acosta con Gaiteros de Pillopo; “El ferry” se ha convertido en un clásico del género. En 1971, unos años antes, el país conoció una hermosa gaita compuesta por Norberto Pirela y Joseíto Rodríguez, es casi un himno, titulado “Sentir zuliano” grabada originalmente por el conjunto Los Caracuchos:
“Cuando voy a Maracaibo
y empiezo a pasar el puente
siento una emoción tan grande
que se me nubla la mente
siento un nudo en la garganta
y el corazón que me salta
sin darme cuenta tiemblo,
sin querer estoy llorando”.
(Pirela y Rodríguez, 1971).
En 1972 esa gaita la grabó Ricardo Cepeda con Cardenales del Éxito y se consagró como éxito nacional, es parte de la banda sonora de nuestras vidas.
El Puente sobre el Lago ha sido motivo de postales, fotografías, pinturas, reportajes, documentales para cine y televisión. Junto a la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, es símbolo de identidad del Zulia.
Dos años después de su entusiasta inauguración, cuya noticia apareció en todos los cables internacionales, exactamente el 6 de abril de 1964, un tanquero petrolero de la empresa Creole impactó su estructura de hormigón, luego de producirse un corto circuito en sus controles y quedar sin energía, a la deriva, derribó parte de la sección oriental de su cuerpo, la más próxima a la orilla de Santa Rita.
En ese siniestro registrado hacia la media noche, murieron siete personas, algunos vehículos cayeron al lago.
Su restauración fue rápida, realizada con una gran calidad. Desde entonces ha tenido un tránsito calculado en un máximo por día de 50 mil vehículos.
En 1965 Mario Suárez grabó una hermosa danza de la autoría de Jesús Reyes “Reyito” titulada “La guitarra de mi lago”, tema donde compara al puente ideado por el romano Morandi, con el diapasón de donde salen las notas:
“Te han cantado tantas veces
mi bello lago zuliano
que hasta el mismo faro indiano
zigzaguea en tu belleza.
Eres la reina sultana
de esta Maracaibo mía
con sol de cada día
te vez más venezolana.
Udón te llamó la lira
en su honda inspiración
y el puente el diapasón
donde el poeta se inspira”
(Reyes, 1965).
En la actualidad el Puente sobre el Lago es el segundo más extenso en Latinoamérica, el primero está en Brasil, Río de Janeiro, es el puente Presidente Costa e Silva, sobre el Río Niterói, tiene 13 mil metros de extensión en concreto armado, fue inaugurado en 1974. Sin embargo, el nuestro sigue siendo una maravilla de la arquitectura, con más de medio siglo cumplido se afianza como una joya de la ingeniería, un símbolo de unidad con el resto de Venezuela, un vehículo de progreso que debemos preservar, mantener, cuidar en extremo.
Así honramos el legado de un patriota ejemplar, un soldado que hizo historia y merece ser recordado por las nuevas generaciones: Rafael Urdaneta, el brillante nacional.
Con el paso del tiempo, el Puente sobre el Lago dejará de ser novedad arquitectónica o el asombroso logro de la ingeniería constructiva. Pero cada vez tendrá más peso identitario, más afecto acumulado, será como un gran abuelo de todos, fuerte como el concreto armado, erguido sobre las aguas del Coquivacoa.
León Magno Montiel/@leonmagnom