Los taxistas van por las calles del mundo en una nube de fantasía, creada por la música que sale de sus estéreos o de sus dispositivos digitales.
La tararean o la acompañan con el ritmo de sus puños en el volante, ellos trasladan a todo tipo de seres:
solitarios, silentes, trabajadores de la noche, parlanchines, ebrios.
Son los principales anfitriones de las ciudades, le ponen su música, son melómanos ambulantes. En su mayoría, van desarrollando una sensibilidad especial para apreciar la música, tienen criterio para clasificarla.
Otros, la interpretan mientras suena, entonan las canciones del romance caribeño. Para ellos las calles y avenidas son pentagramas, los huecos corcheas, los pares silencios, los semáforos son la batuta del director.
Las imágenes que nacen al escuchar los acordes, van conformando su mundo interno, su imaginario sonoro. Como hijo de un taxista, sé que ellos aprenden de memoria las letras de las canciones, conocen los intérpretes de cada género, van trazando un mapa del amor a través de las líricas, saben a qué hora dan los mejores programas cada emisora.
En Venezuela hemos tenido célebres taxistas que han compartido su rutina al volante con la creación musical, como Eurípides Romero el autor del “Negrito Fullero” ejecutante del acordeón, y José “Bambaíto” Guzmán el compositor emblema del Barrio Obrero de Cabimas.
Otro grande de este oficio ha sido el sonero que nació en Antímano el 11 de julio de 1943: Oscar Emilio León Simoza, quien en su auto escudriñaba los temas de La Sonora Matancera, Benny Moré, Celia Cruz, Barbarito Diez y La Orquesta Aragón.
Al principio sin ninguna aspiración artística, simplemente por placer, él hacía un binomio perfecto con su automotor, y como todo taxista que se respete conocía de mecánica automotriz, reparaba su auto y luego salía a faenar mientras lo envolvían las voces de los mejores cantores del Caribe.
Oscar Emilio es hijo de Carmen Dionisia Simoza, mujer de tez morena con talento para el canto, que hacía arepas para que su hijo las vendiera y así pudieran sobrevivir en la capital venezolana.
Su padre de crianza Justo León, un albañil, hombre que sin ser su padre biológico le dio el amor que lo formó. En las noches apacibles, Justo solía escuchar junto a su hijo mayor las emisoras cubanas en onda corta, y se dejaba atrapar por los brazos de los sones y el alcohol.
El padre biológico de Oscar fue Florentino Padrón, según su propia madre, el hombre tenía un gran parecido al Oscar actual.
Oscar Emilio León nació dotado de un talento especial para la música, posee oído absoluto, una voz con tesitura de tenor afinada a todo evento melódico. Su primera inspiración vocacional la obtuvo de su tío Cirilo Simoza quien ejecutaba el tres cubano con maestría.
Luego estuvo en los grupos de aguinalderos de su bucólica parroquia, por esos años en madrugadas de neblina fría, con un gran fundamento el espigado joven iba a entonar los viejos cánticos decembrinos con sus vecinos, aterido por el “Pacheco que descendía del cerro El Ávila”.
En la década de los 60 comenzó sus andanzas profesionales, actuó en el centro nocturno La Sabra, cervecería La Distinción.
En paralelo logró ver a las grandes orquestas del momento. Se pertrechó de un bajo y de algunos instrumentos de percusión, los que ejecuta con solvencia; con ellos practica durante largas horas.
Entonces, no veía claro su rol de cantante, sino como instrumentista.
En 1972 fundó junto a César Monje, Rojita, Culebra Iriarte, Joseíto Rodríguez y Elio Pacheco, La Dimensión Latina, orquesta que le permitió mostrar su talento al bailar, tocar el contrabajo y cantar con estilo propio, con un carisma único.
Juntos llenaron de éxitos musicales la radio y la televisión de Venezuela y el Caribe; hasta que en 1977 Oscar decidió emprender su proyecto en solitario y fundó su orquesta Oscar y su Salsa Mayor. Desde entonces, es el único cantante no nacido en las islas de Las Antillas sino en tierra firme venezolana, que luego de cuatro décadas de carrera musical es considerado “El sonero del mundo”.
El nombre artístico Oscar D’ León fue sugerido por el productor discográfico Víctor Mendoza, ese nombre ahora es una marca de distinción en la música popular, ha visitado cientos de países en los cinco continentes, con especial éxito e innumerables seguidores en toda América, Europa y Japón.
Es un icono internacional.
Su amor inconmensurable por la música se abrazó al amor por los deportes, especialmente el béisbol que jugó desde niño, también practicó boxeo y se ha mantenido fiel a su rutina diaria de ejercicios en el gimnasio y a las caminatas vigorosas.
Es un fanático emblemático del equipo Leones del Caracas BBC, su camiseta la ha paseado por el mundo.
El año 1983 marcó un hito en su carrera; ese año logró cumplir su déjà vu, su sueño más recurrente: visitar Cuba, la isla que había producido la música que él más admiraba. La visita comenzó con un Oscar besando el suelo cubano, justo al bajar del avión en el aeropuerto “Martí” de La Habana. Todas las presentaciones fueron llenos a reventar, Oscar conquistó la patria de Benny Moré, de Celia Cruz y la Sonora Matancera; ellos sin saberlo lo habína formado en sus noches de taxista-melómano.
Su visita fue netamente musical, sin embargo, la comunidad de la ciudad de Miami le aplicó un veto, propuso sanciones severas para el sonero venezolano por haber visitado la isla presidida por el comandante Fidel Castro Ruz.
Finalmente, Oscar supo manejar la situación, sin doblegarse ni desesperarse, y la superó. Su carrera exitosa siguió ascendiendo.
Recientemente salió publicada su biografía, un hermoso libro escrito por el abogado e intelectual William Briceño, son 380 páginas donde relata la vida del sonero, con sus asperezas y vicisitudes. Establece un interesante paralelo entre sus triunfos artísticos y sus tragedias, así como los hechos históricos que marcaron el devenir de la nación. En su prosa certera, el doctor Briceño nos muestra cómo Oscar ha superado la cárcel, los vetos en la radio, las constantes intrigas, separaciones dolorosas, la muerte de sus padres a los que tanto amó, los problemas graves de salud: infartos que sufrió en 2003 en Martinica en pleno escenario.
El 24 de abril de 2013 tuvo un accidente doméstico que dejó sin visón su ojo izquierdo. Ese libro que ya llega a cinco ediciones se ha convertido en un superventas “Oscar D’ León: Confesiones de Oswaldo Ponte” (Editorial Arte, 2014).
El beneficio de la venta del libro va a los fondos de su fundación para patrocinar “Operación Sonrisa” que ha operado más de 20.000 niños con labio leporino y paladar hendido. También colabora con La Fundación Cardioamigo liderada y motivada por su cardiólogo el doctor Alexis Bello.
Oscar visitó por primera vez el Zulia en 1973, vino con La Dimensión Latina gracias al mecenazgo de Ramón Quintero, quien era director del Conjunto Saladillo de RQ. Cuenta que al pisar el suelo marabino, se llenó sus zapatos de petróleo. Sus padrinos en la ciudad fueron Los Blanco, ellos lo guiaron, le brindaron su apoyo, y él siempre ha confesado su admiración por el sexteto.
En agradecimiento grabó en 2001 el álbum con los éxitos clásicos de Los Blancos, en un gesto solidario y generoso.
En 2003 realizó en el Teatro Baralt, recinto centenario, su concierto “Homenaje a la Zulianidad” con gran motivación. Él recién salía del evento de salud cardiovascular, el teatro se llenó hasta los balcones, cantó por casi tres horas con sus hijos y su orquesta. Yo tuve el honor de ser el animador y cantar a su lado “La Grey Zuliana” junto a Samuel y Ana Lucía. El momento más emotivo fue cuando Oscar invitó al cantante invidente del aeropuerto, Franco, a interpretar a su lado un bolero-son, en medio de aplausos. “El cieguito del aeropuerto” realizó su sueño de cantar en un gran escenario, y “al lado de su colega Oscar D’León” como afirmó esa noche. Con ese capítulo, una vez más, el sonero de Antímano daba cuenta de su amor al Zulia.
Oscar ha participado en 56 álbumes entre propios y colaboraciones, recibió el Grammy Honorífico como un reconocimiento a su carrera mundial de éxitos; antes, en 2008, él le había entregado el Grammy a Simón Díaz.
En la actualidad es el emblema más significativo de la música popular en Venezuela, admirado por Gustavo Dudamel y por el maestro José Antonio Abreu y su Sistema de Orquestas de Venezuela, con el que ha actuado.
Continúa muy activo, ahora está en el proyecto “Salsa Giants” liderado por Sergio George, es una producción discográfica acompañada de su respectiva gira mundial al lado de Andy Montañez, Ismael Miranda, Willy Chirino, Tito Nieves, Marc Anthony, La India y José Alberto El Canario. Cheo Feliciano, el cantante de Ponce, quien fuera miembro fundacional del proyecto, murió el jueves santo de 2014. Todos los integrantes de la gira “Salsa Giants” le hicieron guardia de honor en sus exequias realizadas en San Juan, algunos le cantaron ante su ataúd como último tributo.
Oscar convive con nueve hijos y su segunda esposa Zoraida de León, con la convicción de que Venezuela tiene rasgos de identidad musical importantes como los que ha generado la obra de Simón Díaz, de la Súperbanda Guaco, con quienes ha colaborado en varias ocasiones. De la Orquesta Billo’s Caracas Boys y su creador el dominicano Luis María Frómeta a quien tanto admiró, la gaita que ama e interpreta a menudo, la música llanera. Él mismo se ha convertido en uno de los importantes rasgos musicales que nos distinguen como nación, sus canciones, su estilo al interpretarlas.
Con ocho décadas de vida y un entusiasmo propio de un joven caraqueño, Oscar sigue repartiendo sones por las calles del mundo, siempre de la mano de su mejor amigo, el que le ha acompañado en su larga carrera, Oswaldo Ponte, el portugués de alma venezolana que llegó junto a su familia en la década de los 50 a nuestro país y participó con éxito en la radio y la televisión, hombre que maneja con criterio y éxito los resultados la carrera del sonero venezolano.
Junto a Oswaldo Ponte y su equipo, Oscar D’ León mantiene una vigencia absoluta en el panóptico digital, siempre está presente en la redes sociales, participa, motiva, promueve sus eventos y temas, con un gran número de seguidores que va in crescendo. El sonero del mundo entendió el nuevo paradigma, estas nuevas formas de comunicación global, que se puede convertir en “un mal de nuestros tiempos, banal y esclavizante” como las definió el filósofo coreano Byung Chul Han. Pero también pueden ser una herramienta muy útil y oportuna para llegar a millones de fanáticos que lo siguen en el orbe, compartiendo con ellos en tiempo real contenidos de calidad.
Una calle de París lleva el nombre de Oscar D’ León, en esa capital del arte mundial lo nombraron “mosquetero”. En Nueva York tienen establecido el 15 de marzo como su día, desde 1998 lo celebran en el Madison Square Garden.
Tal como afirmó Rubén Blades en el prólogo de la biografía escrita por William Briceño: “Es necesario una fe y un talento a prueba de ego, de modas y veleidades. Gracias a Dios, la calidad no tiene fecha de expiración. Oscar D’ León de Venezuela, hoy le pertenece al mundo”. Su aporte continúa, su vigencia y alegría en los escenarios están incólumes.
Seguramente en este momento, cuando usted lee esta crónica, está sonando en alguna vellonera del Caribe, en las emisoras de radio o en el interior de algún taxi; la música que interpreta Oscar D’ León. Y como le sucedió a él hace 60 años, ese taxista sueña con vivir dentro de la música, sentir el deleite de sus notas que dan la vida, y en el caso de Oscar, la eternidad
León Magno Montiel/@leonmagnom