En la Biblia, la palabra “gloria” refleja la manifestación impresionante de la presencia de Dios. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea kavod se traduce como gloria, y se entiende como algo pesado o de gran valor.
Este término conecta a Dios con el honor y el significado eterno que Él tiene en la creación. En Éxodo 24:17, se describe como un “fuego consumidor” que desciende sobre el Monte Sinaí, una imagen poderosa que subraya la majestuosidad y el poder divino.
En el Nuevo Testamento, la palabra griega doxa se utiliza para describir la gloria de Dios. Mientras que para los griegos doxa implicaba reputación y honor, los cristianos adaptaron el término para referirse a la gloria divina, especialmente a la manifestación de esa gloria a través de Jesucristo.
En Hebreos 1:3, Jesús es descrito como “el resplandor de la gloria de Dios”, pues su vida encarna perfectamente la presencia y carácter del Padre. Así, la gloria de Dios no solo es una presencia visible, sino también un resplandor que ilumina toda la creación, revelando su autoridad, majestad y poder.
En nuestra sociedad, es común que se otorgue gloria a figuras influyentes, líderes y celebridades. Cualquier intento de glorificar algo que no sea Dios se considera idolatría.
Como vemos en Apocalipsis 4:11, los 24 ancianos se postran ante Dios, diciendo: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad que existen y fueron creadas.
El poder de Dios
Nada existe por sí mismo; todo depende de Dios. Los seres humanos, por más logros que tengan, no pueden afirmar que su existencia es producto de su propia voluntad.
Como Ana expresó en 1 Samuel 2:2, “No hay santo como el Señor; no hay nadie fuera de ti; no hay roca como nuestro Dios”.
Finalmente, la Biblia afirma que todo en la vida, incluso nuestras acciones cotidianas, debe hacerse para la gloria de Dios. En 1 Corintios 10:31, Pablo nos insta a hacer todo “para la gloria de Dios”, recordándonos que nuestra vida y todo lo que hacemos deben reflejar su grandeza.
Aunque Dios creó todo con el propósito de glorificarse, el pecado entró en el mundo a través de la caída de Adán y Eva, distorsionando la creación y separando a la humanidad de su propósito original.
Sin embargo, Dios, en su plan redentor, restauró la gloria de su presencia a través de Jesucristo. En Cristo, Dios estableció su reino y abrió el camino para que la humanidad pudiera reconciliarse con Él y glorificarle nuevamente.
Noticia Cristiana/RDN